Hoy, 13 de mayo de 2025, se cumplen nueve años desde que DOOM volvió a la vida con una fuerza imparable en PlayStation 4, Xbox One y PC. Fue en 2016 cuando id Software decidió mirar atrás, tomar aire… y soltar una ráfaga de plomo, metal y sangre con una reinvención de la saga que sorprendió a todos. Y es que este reboot no solo trajo de vuelta a uno de los pilares del shooter moderno, sino que lo hizo respetando su esencia y al mismo tiempo adaptándolo con valentía a los nuevos tiempos.
Lejos de apostar por coberturas o pasillos cinematográficos, DOOM (2016) nos gritaba a la cara: “Muévete, dispara, destroza y no mires atrás”. Y vaya si lo hicimos.
Acción pura, sin filtros ni pausas
Desde los primeros segundos de juego, DOOM dejaba claro que no venía a contarte una historia lenta ni a darte un tutorial extenso. Aquí todo empezaba con una escopeta, un puñado de demonios y la música reventando los altavoces.
El DOOM Slayer, nuestro silencioso y rabioso protagonista, se convirtió en un icono instantáneo: brutal, imparable, y con una sola misión en mente —acabar con todos los demonios que se cruzaran en su camino—. Y lo mejor era cómo lo hacía: a golpe de escopeta, motosierra, ejecuciones y una velocidad endiablada que hacía que cada combate fuera un ballet sangriento.
Cada arma tenía su peso, su estilo, y su satisfacción. Y las mecánicas de glory kills (ejecuciones cuerpo a cuerpo) no solo eran espectaculares, sino que también aportaban ritmo al combate, premiando la agresividad con salud y recursos.
Un diseño de niveles a la vieja usanza
Una de las cosas que más enamoró a los fans clásicos fue que DOOM (2016) no se conformaba con “parecerse” al original: recuperó el espíritu de exploración, llaves de colores, secretos y mapas laberínticos, todo con un diseño moderno, vertical y bien medido.
Nada de seguir un pasillo recto. Aquí te perdías, encontrabas zonas ocultas, mejorabas tu equipo, y te enfrentabas a hordas de enemigos en arenas pensadas al milímetro. Y cuando acababas una zona, no respirabas: sabías que la siguiente batalla sería todavía más intensa.
Un regreso con personalidad
Podría haberse limitado a ser un homenaje retro, pero DOOM (2016) fue mucho más. Se presentó con una identidad visual potente, una dirección artística que equilibraba lo clásico con lo grotesco, y una banda sonora memorable, a cargo de Mick Gordon, que se convirtió en la gasolina del juego: riffs agresivos, distorsiones y bajos que te hacían entrar en trance mientras despedazabas demonios.
Y aunque su historia no era especialmente profunda, su tono sarcástico y autoconsciente fue muy bien recibido. El juego sabía perfectamente lo que era… y se lo pasaba en grande siéndolo.
Nueve años después, sigue siendo adrenalina pura
En estos nueve años, el legado de DOOM (2016) no ha hecho más que crecer. Sirvió como base para el excelente DOOM Eternal, redefinió lo que podía ser un shooter rápido en pleno siglo XXI, y demostró que los clásicos no solo pueden volver: pueden hacerlo mejor que nunca.
Hoy en día sigue siendo un título muy recomendable. Su ritmo, su diseño de niveles y su filosofía de “no parar nunca” se sienten tan frescos como en 2016. Si lo rejuegas, verás que apenas ha envejecido. Porque la adrenalina, la violencia estilizada y el poder del metal… nunca pasan de moda.