Se cumple una década desde que Drakengard 3 aterrizó en Europa para PlayStation 3. El 21 de mayo de 2014, los jugadores europeos nos sumergíamos en un mundo caótico, sangriento y profundamente retorcido que no se parecía a nada de lo que ofrecía el panorama RPG de la época. Diez años después, Drakengard 3 sigue siendo uno de esos juegos que dividen opiniones… pero que no se olvidan fácilmente.
Una precuela que rompía con lo esperado
Drakengard 3, desarrollado por Access Games y publicado por Square Enix, se presentó como una precuela del primer Drakengard, pero en realidad se sintió como una historia completamente propia, con identidad fuerte y descarada. Dirigido por el excéntrico Yoko Taro —quien más tarde alcanzaría fama mundial con NieR: Automata—, el juego nos ponía en la piel de Zero, una mujer armada con una espada, una lengua afilada y un dragón a su lado.
Zero es una Utautai (cantadora), una especie de semidiosa con poderes sobrenaturales, que tiene un único objetivo: asesinar a sus cinco hermanas, cada una gobernante de una región del mundo. Lo que parece un viaje de venganza se convierte en una historia cruda, incómoda, e incluso grotesca… pero también humana, trágica y cargada de simbolismo.
Un juego que no se parece a ningún otro
Si algo define a Drakengard 3 es que no sigue las reglas de lo convencional. A nivel jugable, mezclaba hack and slash puro con fases aéreas montados sobre el dragón Mikhail, y aunque su rendimiento técnico era irregular (especialmente en PS3), lo compensaba con un estilo narrativo absolutamente rompedor.
El juego no se cortaba ni un pelo: violencia explícita, diálogos incómodos, humor negro, personajes rotos por dentro… Era como si se atreviera a contar lo que otros JRPG evitaban. Cada personaje era una pieza rota, y cada final una bofetada emocional. Especialmente el final D, que dejó a muchos jugadores con la boca abierta… y con los reflejos al límite.
La banda sonora: entre lo etéreo y lo brutal
Mención especial merece la banda sonora compuesta por Keiichi Okabe, el mismo que firmaría después la música inolvidable de NieR: Automata. En Drakengard 3, la música oscila entre lo angelical y lo desquiciado, con coros y melodías que parecen sacados de una pesadilla hermosa. Un acompañamiento perfecto para un mundo que se cae a pedazos, pero no deja de cantar.
Diez años después, sigue siendo una rareza imprescindible
Drakengard 3 no fue un superventas ni un título que agradase a todo el mundo. De hecho, muchos lo criticaron por su apartado técnico, su sistema de combate algo tosco o su dirección artística a veces confusa. Pero con el paso de los años, ha ganado una especie de estatus de «joya de culto», especialmente entre los fans de NieR y de las historias que se atreven a desafiar al jugador emocionalmente.
Hoy, una década después, Drakengard 3 sigue siendo ese juego al que no puedes acercarte sin sentir algo incómodo, pero también el que te recompensa si aceptas su locura, su crudeza y su verdad. No es bonito, ni fácil, ni complaciente. Pero es honesto. Y en los videojuegos, eso es oro puro.