Un día como hoy, el 10 de julio de 2008, Persona 4 llegaba a las tiendas japonesas para PlayStation 2. Lo que parecía en un principio una entrega más de una saga de nicho, acabó convirtiéndose en uno de los juegos más queridos del catálogo de PS2 y, para muchos, en una de las mejores experiencias JRPG que se recuerdan.

Diecisiete años después, los recuerdos siguen tan vivos como entonces. Porque Persona 4 no fue solo una historia de adolescentes con poderes enfrentándose a monstruos. Fue una historia sobre crecer, sobre entenderse a uno mismo, sobre las amistades que marcan y sobre aquel verano inolvidable en el tranquilo pueblo de Inaba.
Un misterio bajo la niebla
La trama giraba en torno a una serie de asesinatos en un pueblo aparentemente apacible. Cada crimen venía acompañado por una densa niebla y una siniestra aparición en la televisión a medianoche. Lo que parecía un simple rumor de instituto pronto se convertía en algo mucho más profundo, cuando el protagonista y sus amigos descubrían que podían entrar dentro de la televisión y acceder a un mundo paralelo.
Allí, cada personaje se enfrentaba a su «sombra», una manifestación oscura de sí mismo que reflejaba sus miedos, frustraciones y secretos más íntimos. Aceptar esa parte de uno mismo era el paso necesario para poder invocar su Persona, un reflejo del verdadero yo.
Una aventura que iba más allá del combate
Lo que hizo a Persona 4 tan especial no fue solo su argumento o su estilo visual, sino la forma en que equilibraba la vida cotidiana con lo sobrenatural. Durante el día asistíamos a clase, hacíamos exámenes, trabajábamos a media jornada o quedábamos con los amigos. Y por la tarde o noche, investigábamos el caso, entrábamos en la televisión y luchábamos contra criaturas sombrías.
Esta combinación convertía cada decisión en algo significativo. No solo mejorábamos nuestras estadísticas o habilidades, también profundizábamos en las relaciones con otros personajes, creando vínculos emocionales que influían directamente en el desarrollo de la historia y los combates. Era un JRPG donde las emociones pesaban tanto como la estrategia.
Personajes que se sienten reales
Parte del encanto de Persona 4 reside en su elenco de personajes. Desde Yosuke, el amigo torpe pero leal, hasta Kanji, el chico duro que esconde una gran sensibilidad, o Naoto, atrapada entre su identidad y las expectativas de los demás. Todos tenían una historia propia, bien escrita, y un conflicto interior con el que era fácil empatizar.
No eran solo compañeros de equipo, eran amigos con los que compartías momentos cotidianos, confidencias y pequeñas alegrías que hacían que te importaran de verdad. Incluso personajes secundarios, como Dojima o Nanako, tenían una profundidad emocional que enriquecía la experiencia.
Un legado que perdura
Con el paso del tiempo, Persona 4 ha seguido muy presente. Su versión mejorada, Persona 4 Golden, amplió la historia y los contenidos, y su llegada a otras plataformas permitió que más jugadores descubrieran esta joya. También dio pie a adaptaciones en anime, juegos de lucha como Persona 4 Arena y hasta títulos musicales como Dancing All Night.
Todo eso no habría sido posible sin la base tan sólida que construyó el juego original. Su estilo visual, su narrativa, su sistema de juego y, sobre todo, su banda sonora —obra del gran Shoji Meguro— han dejado una huella profunda en los fans y en la historia del género.
Gracias por aquel verano
Recordar Persona 4 es volver a ese verano en Inaba, a los días soleados seguidos por noches inquietantes, a las risas compartidas y las batallas superadas juntos. Es recordar que aceptarse a uno mismo no es fácil, pero que siempre hay quien camina a tu lado en ese proceso.
Hoy, 17 años después, solo podemos dar las gracias. Por los momentos vividos, por las emociones compartidas y por demostrarnos que los videojuegos también pueden hablar del alma humana con sinceridad.