Corría el año 2007. La Nintendo DS vivía su momento dorado, las estanterías de las tiendas estaban llenas de títulos para todos los gustos y Pokémon seguía reinando en el género de coleccionar criaturas. Pero, de repente, apareció un juego con una propuesta diferente, que venía de la mano de un estudio bajo el paraguas de Disney Interactive Studios: Spectrobes.
No solo buscaba capturar ese espíritu de “atrapar, entrenar y luchar”, sino que lo mezclaba con exploración espacial, excavaciones arqueológicas y combates en tiempo real. Un experimento que, para muchos, fue un soplo de aire fresco… y para otros, un pequeño tesoro olvidado.
Un héroe galáctico y fósiles misteriosos
La historia nos ponía en la piel de Rallen, un miembro de la Patrulla Planetaria, y su compañera Jeena. Ambos se encontraban con unas criaturas prehistóricas llamadas Spectrobes, capaces de luchar contra una amenaza conocida como los Krawl, unos seres oscuros empeñados en devorar planetas enteros.
A diferencia de Pokémon, aquí no salías a buscar criaturas vivas, sino que desenterrabas fósiles en distintos planetas, los limpiabas cuidadosamente usando la pantalla táctil y los “revivías” para añadirlos a tu equipo. Era una mezcla entre arqueología futurista y crianza de monstruos, algo que en su momento resultaba bastante original.
El sistema de excavación era una de las señas de identidad del juego. Usando el stylus, ibas quitando capas de tierra y roca con herramientas como martillos o taladros, teniendo cuidado de no dañar el fósil. Este minijuego táctil, además de ser relajante, daba una sensación real de estar rescatando algo antiguo y valioso.

Un combate que rompía el molde
Otra gran diferencia respecto a Pokémon era el sistema de batalla. En Spectrobes, los combates eran en tiempo real. Controlabas directamente a Rallen, que podía luchar cuerpo a cuerpo o a distancia, mientras tus Spectrobes atacaban siguiendo tus órdenes.
Podías llevar dos criaturas al mismo tiempo, alternando entre ellas o combinando sus ataques con los tuyos para hacer combos devastadores. Esto le daba un ritmo más rápido y dinámico que los turnos clásicos, aunque también requería estar más pendiente de la acción.
Los Spectrobes no evolucionaban simplemente subiendo de nivel. Tenías que entrenarlos, alimentarlos y, en algunos casos, dejarlos evolucionar tras cumplir ciertos requisitos, lo que hacía que el vínculo con ellos fuese un poco más personal.

Un universo con sabor a ciencia ficción
Uno de los aspectos más llamativos era su ambientación. Lejos de bosques y rutas soleadas, Spectrobes nos llevaba de planeta en planeta, cada uno con su propio ecosistema, enemigos y secretos. Las ciudades tenían un aire futurista, y la interfaz y diseño recordaban más a un anime espacial que a una aventura típica de captura de criaturas.
La música acompañaba perfectamente, con melodías que mezclaban lo épico y lo misterioso, reforzando la sensación de estar participando en una misión intergaláctica importante.

Cartas, códigos y el efecto “DS”
Disney quiso potenciar la experiencia con algo que, en su momento, nos parecía pura magia: las cartas de código. Eran tarjetas físicas incluidas con el juego que, al colocar sobre la pantalla táctil y seguir un patrón con el stylus, desbloqueaban Spectrobes especiales. Era un guiño coleccionista que hoy, en plena era digital, se siente como una cápsula del tiempo.
Además, la DS permitía aprovechar la doble pantalla para gestionar inventarios, ver mapas y manejar menús sin interrumpir la acción. Un detalle que hacía que la experiencia fuese más fluida que en otros juegos similares.

Un experimento que dejó un recuerdo
Spectrobes no alcanzó el nivel de popularidad de Pokémon, pero tuvo suficiente éxito para recibir dos secuelas: Spectrobes: Beyond the Portals (también en DS) y Spectrobes: Origins en Wii, que expandieron la historia y pulieron el sistema de combate.
A día de hoy, muchos lo recuerdan como uno de esos juegos únicos que marcaron la era de la DS por su mezcla de mecánicas, su estética diferente y esa sensación de estar jugando a algo especial, aunque el tiempo lo haya dejado algo en el olvido.
Quizá no destronó a Pokémon, pero sí demostró que había espacio para propuestas distintas. Y para quienes vivimos su lanzamiento, abrir un fósil en la pantalla táctil y ver cómo cobraba vida por primera vez sigue siendo uno de esos momentos mágicos que solo la Nintendo DS podía darnos.