El 13 de julio de 2006, Persona 3 llegaba a las estanterías japonesas de la mano de Atlus, marcando un punto de inflexión en el género del JRPG. Aquel título que combinaba mazmorras, vida escolar, vínculos sociales y una profunda reflexión sobre la muerte, supuso el renacimiento de una saga que aún estaba buscando su identidad. Hoy, 19 años después, no solo seguimos recordándolo con cariño: lo seguimos sintiendo cerca.

Cuando los días contaban de verdad
En una época donde los JRPG se movían en mundos de fantasía medieval o escenarios postapocalípticos, Persona 3 optó por algo diferente. El jugador no era un guerrero legendario ni un héroe destinado a salvar el mundo. Eras un estudiante de secundaria recién llegado a una ciudad costera, con sus clases, exámenes, tareas y amistades. Pero también con una cita diaria con lo sobrenatural: la Hora Oscura, ese extraño momento entre la medianoche y el día siguiente en el que el mundo cambia… y los monstruos aparecen.
Y ahí, en esa rutina tan particular entre lo cotidiano y lo misterioso, Persona 3 logró conectar con toda una generación. Cada día contaba, cada decisión importaba. Elegir pasar tiempo con un amigo, estudiar para un examen o entrenar en la torre del Tártaro marcaba no solo tu progreso, sino también tu relación con el mundo del juego. Vivíamos al ritmo de los calendarios del juego, y casi sin darnos cuenta, nos metíamos de lleno en su mundo.
Un juego que hablaba de la vida, pero sobre todo de la muerte
Uno de los mayores logros de Persona 3 fue atreverse a tocar temas difíciles sin miedo. No era simplemente un juego de adolescentes con poderes sobrenaturales. Era una historia sobre la pérdida, sobre el dolor, sobre aprender a vivir con la certeza de que todo es efímero. Cada personaje arrastraba su propio duelo, su propio miedo al final.
El uso de las evoker, esas réplicas de pistolas con las que los protagonistas invocaban a sus Personas disparándose simbólicamente en la cabeza, fue polémico en su momento. Pero también era potente. Era una metáfora clara: enfrentarse al miedo, mirar directamente a aquello que nos aterra, y encontrar fuerza en ello.
Una banda sonora inolvidable y un estilo que definió una era
Shoji Meguro se lució con una banda sonora ecléctica que combinaba hip-hop, jazz, rock y música ambiental. Canciones como Burn My Dread, Iwatodai Dorm o Memories of You siguen emocionando casi dos décadas después. No solo acompañaban las escenas: las elevaban. Se convirtieron en parte de nuestra memoria emocional.
Y luego está el diseño artístico. Colores fríos, una interfaz elegante, tipografías modernas, menús que parecían salidos de una revista de moda urbana… Persona 3 era, visualmente, un juego con identidad. Un título que se atrevió a ser distinto.
Su legado: más que una saga, una experiencia vital
Después de su lanzamiento inicial llegaron Persona 3 FES, con una expansión que añadió aún más historia; Persona 3 Portable, que introdujo la opción de jugar como protagonista femenina; y en 2024, el esperado remake Persona 3 Reload, que ha traído esta historia a las nuevas generaciones.
Pero más allá de sus versiones, Persona 3 se convirtió en un juego que marcó un antes y un después. Para muchos, fue el primer contacto con la saga Persona. Para otros, una historia que les tocó de forma personal, que les hizo reflexionar, llorar, o simplemente sentirse comprendidos.
19 años después, el reloj sigue avanzando
Es imposible no mirar atrás con cierta melancolía. No solo por el juego en sí, sino por lo que significó para muchos jugadores. Los que vivieron esa aventura en su adolescencia ahora han crecido. Pero el recuerdo de esas noches en el dormitorio de Iwatodai, de los combates en Tártaro, de los silencios compartidos con Aigis, Yukari, Junpei o Mitsuru… siguen vivos.
Persona 3 no era solo un videojuego. Era una lección de vida. Una carta de amor a la juventud, con todos sus miedos, incertidumbres y emociones intensas. Y aunque el tiempo siga su curso, como nos enseñó ese calendario que tanto consultábamos, hay cosas que no se olvidan.
Gracias por tanto, Persona 3. Hoy, 19 años después, seguimos recordándote con el mismo cariño con el que empezamos aquella primera noche de luna azul.