El 12 de julio de 1997, se estrenaba en los cines japoneses La princesa Mononoke (Mononoke Hime), dirigida por el legendario Hayao Miyazaki y producida por Studio Ghibli. Hoy, 28 años después, esta imponente y conmovedora película sigue siendo una de las grandes joyas del cine de animación mundial. Un clásico atemporal que, con el paso del tiempo, no ha hecho más que ganar peso, significado y cariño por parte de generaciones enteras.

Una obra maestra que marcó un antes y un después
Para muchos fue una de las primeras puertas de entrada al universo Ghibli, una obra que demostraba que la animación podía ir más allá del entretenimiento infantil para abordar con madurez temas como el conflicto entre el ser humano y la naturaleza, la violencia, la espiritualidad y el equilibrio.
Ashitaka, San y la batalla por el equilibrio
La princesa Mononoke no es una historia de buenos y malos. En ella, todos los personajes actúan desde la convicción de sus ideales. Ashitaka, el joven príncipe maldito que busca entender el odio que corroe a los hombres. San, la “princesa” criada por lobos que defiende el bosque con fiereza. Lady Eboshi, que representa el progreso y la civilización, pero también la lucha por dar dignidad a los marginados.
Esa ambigüedad moral, ese retrato crudo pero lleno de humanidad, es lo que hizo y sigue haciendo que esta película resuene tan profundamente. Miyazaki no da respuestas fáciles, sino que plantea preguntas que siguen siendo igual de relevantes casi tres décadas después.
Un legado visual y emocional inolvidable
Visualmente, La princesa Mononoke es una de las obras más bellas jamás animadas. Cada escena, cada bosque, cada criatura, está llena de detalle y simbolismo. La música de Joe Hisaishi, por su parte, eleva la emoción hasta lo más alto, con una banda sonora que nos sigue poniendo la piel de gallina cada vez que la escuchamos.
Fue también un hito en Japón en su momento: se convirtió en la película más taquillera del país hasta la llegada de Titanic, y su éxito internacional ayudó a cimentar la reputación de Ghibli fuera de Asia. En muchos sentidos, abrió el camino para que el cine de animación japonés fuese respetado como arte en todo el mundo.
28 años después, una obra que sigue viva
Casi tres décadas después, La princesa Mononoke no ha perdido un ápice de su fuerza. Se sigue proyectando en cines, se estudia en escuelas de cine, y emociona tanto a nuevos espectadores como a quienes la vieron por primera vez siendo niños o adolescentes.
Es de esas películas que, cuando termina, te deja pensando. Te cambia un poco. Y ese es uno de los mayores logros que puede alcanzar una obra artística.
Feliz aniversario, Mononoke Hime. Gracias por seguir ahí, recordándonos lo importante que es escuchar tanto al corazón como al bosque.