Opinión

Metal Gear Solid 3: un clásico que maduró con nosotros

Vivimos tiempos convulsos: con países enfrentados entre sí y sociedades cada vez más divididas por razones ideológicas, políticas y morales. En este contexto, resulta necesario reivindicar los mensajes que Metal Gear Solid 3 transmitió hace más de veinte años, los cuales resuenan hoy con una fuerza renovada al plantear dilemas éticos y humanos que siguen tan vigentes como entonces.

El lanzamiento de su remake este 28 de agosto no solo representa una oportunidad para que una nueva generación de jugadores experimente por primera vez este título —considerado por muchos como uno de los mejores de la historia—, sino también para volver atrás y recordar qué fue lo que lo hizo tan legendario en primer lugar.

Tras revisitar el original en la Master Collection, quiero retratar en las siguientes lineas cómo Metal Gear Solid 3: Snake Eater no solo fue el pináculo de la saga, sino también un juego que, de manera sutil, nos habla sobre crecer, tomar decisiones difíciles y asumir las consecuencias de nuestros actos.

Esto es la jungla: un nuevo tipo de infiltración

La saga Metal Gear se caracterizaba por desarrollar la mayoría de sus historias en espacios cerrados, principalmente en bases militares. Si bien en las entregas originales de MSX ya aparecían escenarios como desiertos, selvas e incluso pantanos, lo cierto es que funcionaban más como transiciones entre bases que como protagonistas de la acción.

Eso cambió con Snake Eater, donde la jungla se convirtió en un personaje más, tanto en la narrativa como en la jugabilidad. Desde el inicio, The Boss le recuerda a Snake (y, de forma indirecta, también a nosotros): “Tu fuerte son las guerras urbanas y la infiltración en edificios. Pero esto es la jungla”.

La jungla es un ecosistema capaz de convertirse en nuestro mayor aliado o en nuestro peor enemigo: resulta fácil ocultarse, pero también extremadamente difícil detectar a los soldados. La maleza densa, los árboles altos, las superficies irregulares y la constante sinfonía de sonidos naturales generan una tensión constante. Aquí no hay radares de alta tecnología que indiquen posiciones enemigas: dependemos únicamente de nuestros ojos y oídos.

A esto se suma la mecánica de camuflajes, que permite vestir a Snake con distintos atuendos y pinturas faciales para integrarse en el entorno y que sea mucho más difícil de detectar. Por lo que prender a leer el terreno y mimetizarse con la vegetación es esencial si queremos mantenernos fuera de la vista de los enemigos.

Más allá del sigilo: el instinto de supervivencia

Otro añadido clave es el sistema de supervivencia. Snake necesita alimentarse si quiere mantener sus habilidades en optimas condiciones porque de lo contrario perderá precisión al apuntar, el rugido de su estomago puede alertar a los enemigos y hasta se puede llegar a desmayar. Por lo que cazar y explorar el entorno se vuelven una parte natural de la experiencia.

Pero al más puro estilo de Bear Grylls (espero que no se me note la edad con esta referencia…), debemos tener cuidado con lo que comemos. Algunos animales apenas restauran energía mientras que otros pueden llegar a envenenarnos. El mismo realismo aplica a las heridas: no basta con esperar a que la vida se regenere, hay que vendar cortes, extraer balas o desinfectar heridas, porque de lo contrario nuestra salud se degrada.

Con todos estos elementos, Metal Gear Solid 3 nos da la libertad de moldear nuestro propio estilo de juego para afrontar la misión como nosotros queramos, ofreciendo un nivel de libertad y flexibilidad que no volvería a verse en la saga hasta The Phantom Pain, nueve años después. Eso sí, conviene hacer un matiz importante: aquel era un mundo abierto, mientras que Snake Eater, siendo una experiencia lineal, ya había logrado transmitir esa sensación en 2004.

Cuando el jugador madura con el héroe

Tras las críticas que recibió Metal Gear Solid 2 por su trama enrevesada, autoreferencial y rupturista, Hideo Kojima optó por una historia más sencilla y accesible. Un relato que homenajeaba a las clásicas películas de espías al estilo James Bond, pero que mantenía intacto el trasfondo antibélico que caracteriza a la saga.

Snake se enfrenta con la misión de tener que eliminar a su propia mentora, quien aparentemente ha traicionado a su país. Desde el inicio, lo vemos como un soldado inexperto, sin causa propia y obligado a cumplir la orden de acabar con la vida de su figura materna, que además le supera en habilidad y experiencia.

A medida que avanza la aventura, crecemos junto a él: somos capaces de atravesar la jungla, sobrevivir todos los soldados que nos dan caza, infiltrarnos en la gran fortaleza militar de Groznyj Grad y destruir al poderoso Shagohod. Con cada victoria, Snake se gana el respeto de sus adversarios y nosotros, como jugadores, sentimos también ese proceso de maduración.

Todo conduce al inevitable enfrentamiento final con The Boss. Cumplimos con nuestro deber y la derrotamos, solo para descubrir que todo fue un plan del gobierno estadounidense para limpiar su nombre. The Boss no fue una traidora: fue una patriota que aceptó sacrificarse por su país. Esa revelación no solo redefine la misión, sino que marca el nacimiento de Big Boss.

En ese momento, Snake —y nosotros— entendemos que el mundo es mucho más complejo que una simple lucha entre dos bandos opuestos, y que soldados como él se ven obligados a llevar a cabo acciones que van en contra de su propia moral. Ya nos lo advertía The Boss en el combate final:

“La política y el paso del tiempo pueden transformar a los amigos en enemigos con la misma facilidad con la que cambia el viento.”

Puede que sea más fácil de entender, pero eso no significa que la historia carezca de profundidad. Al contrario, ofrece una crítica incisiva al patriotismo y a cómo los gobiernos manipulan ese ideal para justificar guerras que benefician a unos pocos, mientras que los soldados y ciudadanos son quienes terminan pagando las consecuencias.

En última instancia, Snake Eater es una historia sobre madurez. Snake deja de ser un novato para convertirse en el soldado legendario conocido como Big Boss, y nosotros dejamos de ser jugadores que buscan únicamente acción para enfrentarnos a la crudeza de la realidad. El juego nos obliga a cuestionar nuestros ideales y a replantearnos conceptos como la lealtad, el sacrificio y el deber.

Por eso, cuando digo que Metal Gear Solid 3 maduró con nosotros, no hablo solo desde la nostalgia, sino desde la certeza de que estamos ante un clásico que nos hizo crecer como jugadores y como personas, y que hoy, en un mundo tan dividido como el actual, conserva intacta su vigencia.

Jesús García

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Licenciado en Periodismo y emprendedor en el mundo de las comunicaciones, además de ser un conocedor y entendido en temas de tecnología, deportes, entretenimiento y cultura geek. Me dedico a hablar de videojuegos, siempre dispuesto a llevar mi pasión y trabajo al próximo nivel.

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