Para muchos, Grand Theft Auto: San Andreas no fue solo un juego, fue un universo propio donde casi todo era posible. Desde el primer momento en que nos pusimos en los zapatos de Carl «CJ» Johnson, nos olvidamos de seguir las reglas y comenzamos a construir nuestra propia diversión.
Cada jugador vivió su propia aventura, pero hay ciertas cosas que, inevitablemente, todos terminábamos haciendo. No importaba si estábamos avanzando en la historia o simplemente explorando el enorme mapa por pura diversión. Estas son cinco de esas cosas que todos hicimos en San Andreas.
Tratar de conseguir el mayor número de estrellas posible escapando de la policía
Era casi un deporte en sí mismo. No bastaba con cometer un simple crimen y huir. El verdadero reto comenzaba cuando activabas el caos total en la ciudad y empezabas a acumular estrellas de búsqueda como si fueran medallas.
Primero llegaban los policías locales, luego los SWAT, los agentes del FBI y finalmente el ejército, con tanques incluidos. Cada persecución era una batalla épica donde las calles se convertían en campos de guerra improvisados. El objetivo era simple pero glorioso: ver hasta dónde podías llegar antes de ser arrestado o abatido.

Iniciar batallas entre bandas
San Andreas introdujo el sistema de territorios de pandillas y, claro, no tardamos en aprovecharlo para montar auténticas guerras callejeras.
Bastaba con entrar a una zona rival, armar escándalo y en segundos ya estabas envuelto en tiroteos masivos entre los Grove Street Families, los Ballas y los Vagos. Algunos lo hacíamos por avanzar en el control del mapa, pero la mayoría simplemente lo hacía por la emoción de ver a decenas de personajes en combates descontrolados mientras el caos se adueñaba de la ciudad.

Robar aviones en el aeropuerto antes de tener acceso oficial
La paciencia no era precisamente una virtud entre los jugadores de San Andreas. El aeropuerto estaba allí, tan tentador, lleno de aviones enormes y brillantes. Y aunque técnicamente no podías entrar sin la licencia de vuelo, todos intentábamos colarnos de alguna manera.
Saltábamos vallas, buscábamos huecos en las rejas o, si todo fallaba, simplemente provocábamos una persecución para que nos abrieran las puertas. No importaba cuántas veces fracasáramos en despegar o termináramos estampados contra un edificio. Robar un avión era una necesidad casi instintiva.

Tratar de parar el tren como sea
Ver pasar el tren era una provocación constante. ¿Qué pasaría si ponías un coche en las vías? ¿Y si te subías a él e intentabas sabotearlo? ¿O si lo atacabas con lanzacohetes?
La respuesta era siempre la misma. El tren seguía avanzando imparable, destruyendo todo a su paso. Sin embargo, eso no nos impedía seguir intentándolo. Era una especie de mito urbano dentro del propio juego. En algún momento todos quisimos ser el héroe que lograra detener al tren y cambiar las leyes de la física en San Andreas.

Visitar The Pig Pen para… cotillear
El club The Pig Pen, situado en Los Santos, era otro destino habitual. No porque formara parte importante de alguna misión principal, sino por simple curiosidad juvenil.
Todos terminamos visitándolo para cotillear, mirar el ambiente, gastar dinero de forma absurda o simplemente reírnos de lo que el juego había preparado en ese rincón lleno de luces de neón y personajes extravagantes. Era una parada obligada en nuestras noches de exploración libre.

Un juego donde el caos era la verdadera misión
Lo maravilloso de San Andreas no solo estaba en su historia o en su enorme mapa. Estaba en esas pequeñas aventuras que nos inventábamos. Retos absurdos, guerras improvisadas, carreras suicidas y curiosidades ocultas que convertían cada partida en una experiencia única.