Han pasado más de 40 años desde que el videojuego sufrió una gran eclosión en el medio global como una alternativa artística y de ocio dentro de un sistema gobernado por el cine y la música principalmente. No obstante, nuevas vanguardias empezaron a tomar auge, y el sentimiento de romper con lo ordinario abrazaba a nuevas generaciones que impulsarían una nueva cultura alrededor de unos dispositivos electrónicos que transmitían una sensación de control y relación sin igual.
Hoy, el videojuego es un medio artístico igual de importante que cualquier otro y se ha convertido en una vía de expresión a la que muchos creadores de cualquier rincón del mundo han recurrido para trasladar sus ideas más artificiosas y personales. Ideas que, con el paso del tiempo, han mantenido un legado y posicionado a la industria con el respeto que se merece, destacando por su singularidad sobre otros con una filosofía más algorítmica o superficial del consumidor.
El principio de una incertidumbre
La emergente y potente entrada de autores que ampliaron el panorama del videojuego más allá del ocio llamó la atención de un público inconsciente de que el futuro del entretenimiento estaba por llegar, con una serie de transformaciones que daría entrada a un nuevo universo de posibilidades narrativas y sensoriales.
A diferencia de lo que ocurría en el cine, donde las obras más arriesgadas o viscerales por lo regular luchaban por no darse un golpe inmediato en taquilla y al menos con la esperanza de recuperar parte de lo invertido, en el videojuego esto no ocurría tanto, o al menos no con el mismo margen de riesgo. La inversión era mucho menor y la cantidad de gente responsable detrás de cada proyecto era incomparable a la de una producción cinematográfica del montón.
Los costos de mano de obra, al ser reducidos, permitían a los creadores, desde los más modestos hasta los más acaudalados, tomar ciertas libertades creativas que ahora, en una industria millonaria, sería un poco más complicado. De igual forma, el público ya asimilaba esta industria como algo aún de nicho y era más fácil de persuadir a la hora de probar nuevos géneros o experimentar con conceptos menos comunes.
Reivindicación del medio
El videojuego seguía creciendo como medio artístico, pero los avances tecnológicos no estuvieron lo suficientemente preparados para construir mundos a la altura de sus genios hasta finales de los 80 y principios de los 90. La llegada de los polígonos y los nuevos matices técnicos potenciaron significativamente el desarrollo de muchas obras, que ahora podían darse el lujo de imitar muchas técnicas audiovisuales del momento.
Pero el videojuego no pretendía ser una simple imitación del cine con ciertos agregados de interacción; su esencia iba más allá. Tal vez en cierto momento muchas obras no eran más que una especie de extensión de un producto ya visto, pero lo que era desconocido era el arco de evolución que esto tomaría. La tecnología avanzó y, con ello, sus historias fueron creciendo. Una nueva era de autores estaba ante una industria a punto de implosionar; manifestar una acción o una serie de eventos nunca pudo lograrse con tanta fidelidad y magia al mismo tiempo.
Explorando virtudes
El factor de interacción es, sin duda, un punto clave, aunque no el único al cual el videojuego le debe tanto. A diferencia de otras artes, el videojuego es un sistema con el cual el usuario, de forma inherente, tiene que formar un lazo. Cuando uno, como espectador, entra a ver una película, se entiende casi de forma nata las reglas por las que se rige. En el videojuego, esto es cambiante; existen mecánicas y normas que varían de acuerdo al videojuego. De alguna forma, en el cine coexiste todo en un mismo mundo similar al nuestro, mientras que el videojuego es un mundo con variantes que saltan de un universo a otro con el objetivo de que el jugador no pierda el instinto de adaptación y sea capaz de evolucionar entre uno y otro sin apenas darse cuenta.
El progreso narrativo ha crecido de forma exponencial, sobre todo en los últimos años. Las técnicas para contar historias han sobrepasado las expectativas, incluso de aquellos que confiaban en este medio desde sus inicios. Los recursos y el apoyo han ido también en aumento, pero tal vez una de las mayores metamorfosis por las que ahora atraviesa el videojuego es la cantidad de artistas y personas ajenas al medio, en un principio, y que han sabido aprovechar estas herramientas para otorgarle a su obra un sello especial que roza lo personal e impulsa las ambiciones y retos creativos más importantes jamás vistos en otro ámbito.
Expansión y nuevas necesidades de la industria
El aumento y la popularidad del desarrollo indie, de igual forma, han contribuido para que las voces de millones de creadores apartados del ojo de las grandes producciones puedan ser no solo vistas o escuchadas, sino también interactivas. Grandes artesanos han logrado traducir sus historias en experiencias que sobresalgan de la pantalla y que destaquen por su tacto y cuidado entre escenario, personaje y jugador.
Aunque conceptos como el «videojuego de autor» todavía irrumpen con cierto escepticismo entre los jugadores, tanto el indie como el triple A se han abierto a un esquema de productos donde las historias más rompedoras, ya sea por su atrevida ejecución o simplemente por el hecho de ser diferentes, ahora también tienen un mercado más abierto.
Actualmente, la industria está atravesando una situación de saturación del medio; se ha vuelto prácticamente inviable seguir el paso de cada nueva entrega que sale a la luz. Por ello, el propio usuario se ha vuelto más selectivo y, como método de filtro, busca productos que ofrezcan una experiencia singular y fuera de los estándares más explotados. Estudios y auténticos personajes de la industria han logrado mantener un legado gracias a propuestas de este estilo, muchos bajo una responsabilidad económica muy grande a sus espaldas, pero sin menospreciar el hecho de que el público está hambriento de historias y experiencias con un sentido absoluto.
Una nueva era de desarrolladores
Nombres como Hideo Kojima, Fumito Ueda, Sam Lake y David Cage, entre otros, son algunos de los responsables de darle una revisión a cada uno de los géneros que han abordado en sus respectivas carreras. Son visionarios en toda regla, con todo lo que eso conlleva. Introducir una obra que juegue y baraje con los códigos clásicos del videojuego no es fácil, y en este caso, recibir gran aceptación a nivel general tanto por usuarios del día a día como por especialistas, mucho menos. Es una labor que se tiene que medir con precisión, más si se busca que el producto sea un superventas que permita seguir trabajando a un equipo entero.
En contextos como el indie, la ambición es incluso mayor, ya que el riesgo es mucho menor. Sin embargo, al ser un sector más grande y abierto, el factor diferencial es vital en esta área. Desarrolladores de todo el mundo constantemente buscan nuevas formas de transmitir y manipular la experiencia de los jugadores con tal de hacerse una identidad y un nombre destacado en el mundillo. Puede que en ocasiones esto choque y se convierta en una situación donde el título se vuelva demasiado conceptual o experimental, pero es este mismo camino el que purifica y le otorga un respiro a una comunidad entera de jugadores que tarde o temprano valorarán lo que estas desarrolladoras independientes intentaron plasmar en sus obras con tal de salirse de lo convencional.
Un presente renovado
Es evidente que el videojuego de autor puede que no sea del gusto de todo el mundo, pero lo que sí está claro es que busca romper con unas barreras que llevan limitando por años otras ramas del arte y darle un valor único que haga reflexionar sobre hacia dónde pueden llegar los límites emocionales del videojuego como forma abstracta de interacción. ¿Estaremos ante la fuente artística por excelencia de aquí a 20 o 30 años? Y si es así, ¿qué tanto evolucionará la figura del autor en el medio? Eso está todavía por verse.